Animales Los efectos de los contaminantes sobre los animales, como en el caso anterior, están en función del grado de exposición al contaminante (dosis, tiempo de exposición), de su toxicidad inherente y del grado de penetración del mismo en el organismo. De este modo, cabe distinguir entre efectos agudos y crónicos.
Se trata de un gas, producto de la combustión incompleta, poco soluble. Su baja solubilidad le facilita la entrada en los pulmones y el paso a la sangre, ya que no queda retenido en las primeras vías respiratorias con las que tiene contacto y que se encuentran humedecidas. Al llegar a la sangre, reacciona con la hemoglobina puesto que presenta
una gran afinidad con el hierro de la misma formando carboxilohemoglobina
(CoHb). Este compuesto presenta menor capacidad para transportar oxígeno,
de modo que, a determinadas concentraciones el monóxido de carbono,
impide la adecuada oxigenación de los tejidos pudiendo causar daños
cerebrales, cardíacos e incluso provocar la muerte.
El monóxido de nitrógeno y el dióxido de nitrógeno son dos gases potencialmente tóxicos para la salud de muchos animales entre ellos el hombre, son poco solubles y por tanto presentan facilidad para penetrar en el cuerpo. Si bien, a la concentración del aire, el monóxido de nitrógeno no es irritante ni se considera peligroso para la salud. La mayor capacidad tóxica que presenta en este caso, es su capacidad de oxidarse y convertirse en dióxido de nitrógeno, que es cuatro veces más tóxico y puede provocar trastornos respiratorios (irritaciones, dolores, disminución de la percepción olfativa) y pulmonares (edemas), al generar metahemoglobinas de forma irreversible.
El dióxido de azufre es un gas muy soluble de modo que queda retenido
en las vías respiratorias superiores provocando irritaciones e
inflamaciones en estas zonas, siendo una amenaza sobretodo para ancianos
y personas con problemas respiratorios.
A diferencia de los gases, la penetración de las partículas depende del tamaño que éstas presenten. Las partículas grandes (con diámetros mayores de 10mm) quedan retenidas en las vías respiratorias superiores al presentar una mayor facilidad para la sedimentación, las partículas pequeñas (menores de 0.1mm) presentan un movimiento que hace que se agreguen y por tanto sedimenten antes, mientras que, las partículas medianas pueden llegar a penetrar más. La materia particulada que entra en el organismo puede ejercer un efecto tóxico de tres formas distintas:
No hay pruebas que indiquen ningún efecto nocivo directo para el hombre por parte de los hidrocarburos a las concentraciones ambientales actuales. Los hidrocarburos alifáticos solo provocan efectos nocivos a concentraciones muy superiores. Los hidrocarburos aromáticos constituyen una amenaza mayor que los alifáticos ya que los vapores son mucho más irritantes para las membranas mucosas, y pueden causar lesiones sistemáticas al ser inhalados.
Suelen encontrarse en forma de partículas y sus efectos y fuentes son los siguientes:
El ruido afecta fundamentalmente al sistema nervioso central, al sistema
nervioso vegetativo y a funciones vitales como el sistema cardiovascular,
endocrino, respiratorio y digestivo. Si bien los efectos varian con su
intensidad y varian de unas personas a otras. Las circunstancias en las que el oído resulta perjudicado por el ruido son: Trauma acústico agudo, se produce por ondas sonoras de elevada presión, asociadas en general a explosiones, a las que se suma el desplazamiento de grandes masas de aire que forman la onda de choque. La consecuencia normal es un desgarro del tímapano, lo que produce un dolor muy intenso y una sensación de inestabilidad. Trauma acústico prolongado (sordera profesional) se produce por una exposición continua a ruidos de elevada intensidad y constituye una de las enfermedades laborales más frecuentes en la actualidad. La lesión se produce en el oido interno de modo que si la exposición al ruido cesa se recupera pero si continúa las células afectadas se destruyen. Alteraciones reversibles son debidas al ruido ambiente y no producen sordera pero sí crean un embotamiento auditivo y una sensación de agotamiento que no se corresponde con la actividad realizada. Los ruidos nocturnos impiden además el descanso y la recuperación del oído durante el sueño, sobre todo en aquellas personas que se dedican a trabajos intelectuales o creativos |