Los usos energéticos se han incrementado y a la vez intensificado
de forma significativa en el siglo XX.
Progresivamente se ha producido un crecimiento importante de las ciudades y de las áreas de habitabilidad concentrada, como es el caso de las aglomeraciones turísticas, donde se produce un fenómeno de intensificación del consumo energético, sobretodo generado por el uso del automóvil privado.
En paralelo hemos ido siendo progresivamente conscientes de que la transformación y el consumo de energía incidía negativamente en el medio ambiente; primero vimos los efectos locales, luego tuvimos la sensación de la incidencia regional y ahora asumimos la relación a escala global. Así desde la década de los setenta, cuando las lluvias ácidas fueron una cuestión crítica en Europa y América del Norte, Estados Unidos, Japón y la Unión Europea han ido estableciendo normas que fijan límites de emisiones para los contaminantes mayoritarios en las grandes instalaciones de combustión. Poco a poco estas normas se van haciendo más amplias en cuanto a contaminantes considerados y más restrictivas respecto a la concentración máxima. Se avanza en definir criterios de análisis ambiental y se analizan entornos y usos energéticos; se promueven las tecnologías de uso limpio y se fomentan las prácticas de ahorro y uso eficiente de la energía.
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