La producción de residuos no es exclusiva del ser humano. Es una secuela de todas las formas de vida, inherente al metabolismo, en el que se generan diversos subproductos. Sin embargo en la naturaleza todo se recicla y los residuos generados (las hojas, flores, frutos, excrementos, etc) no se acumulan sin fin, sino que se reincorporan en los ciclos de la materia y en los ecosistemas por acción de diversos procesos físicos, químicos y biológicos.

Los modos de vida tradicionales, predominantemente dispersos, generaban pocos residuos. El menor nivel de vida y la baja disponibilidad de bienes de consumo invitaba a prolongar al máximo la vida de los productos y buscarles otros aprovechamientos: los residuos se asimilaban por el medio y se integraban fácilmente en los ciclos de materia al ser usados como combustible o con fines agrícolas o ganaderos.

El aumento de la población en general y su concentración en sociedades urbanas, el aumento de la producción y el consumo, la incorporación de nuevos productos y materiales, muchos de ellos de síntesis, que tardan mucho tiempo en degradarse, el uso de objetos con menor vida media (de usar y tirar) así como el aumento de envasado y acondicionamiento de las mercancías, han supuesto un enorme aumento en la cantidad de desechos y un importante cambio y diversificación en la composición de los residuos.

Así, la producción de basuras por habitante y día ha aumentado imparablemente y en su composición se encuentran cada vez menos materia orgánica y más proporción de material envasado. En España se generan anualmente más de 14 millones de toneladas de residuos, de los que 2 millones son tóxicos y peligrosos. Esta importante cantidad de residuos es de gran variedad y su gestión juega un papel importante en el medio ambiente