Conclusión
Somos agua
 
 
Los seres humanos, como todos los demás organismos, somos absolutamente dependientes del agua. Nuestros sistemas fisiológicos necesitan un medio hídrico, tanto para las actividades metabólicas, como para la reproducción celular y de la especie. El cuerpo humano es en sí una compleja solución acuosa protegida en forma parcial por la piel y otros elementos aislantes. 

El agua es el medio necesario para la ingestión, digestión y absorción de los alimentos, para la circulación del oxígeno de la respiración dirigido a las células, y para la evacuación de los productos residuales de la actividad celular, tanto los gaseosos, como los líquidos y sólidos. 

Cada uno de nosotros somos un “ecosistema que camina”. En nuestro organismo hay billones de células con ADN humano y cientos de millones de individuos de microorganismos con ADN diferente, 2000 tipos distintos de bacterias, hongos y otras especies. La mayor parte son imprescindibles para la propia sobrevivencia. Y todas ellas requieren del agua. Las enfermedades que nos aquejan son verdaderos desajustes ecosistémicos, similares a los que ocurren en un bosque cuando se introduce una especie exótica agresiva. 

Hemos evolucionado como especie en contacto con el agua. Muchas de nuestras características genéticas se originaron a orillas de lagos y mares. Por esa misma razón, la mayoría de las enfermedades humanas son de origen hídrico. Numerosos microorganismos y parásitos se adaptaron a nuestra especie. La mayoría, al igual que nosotros, son de origen africano. 

Por esa razón, desde los albores de los tiempos históricos, a medida que se formaron las culturas, el agua fue un elemento central de las mismas. Así, los seres humanos desarrollaron comportamientos que tenían en cuenta, en forma principal, la presencia del agua y de sus ciclos: la evaporación, las nubes, las lluvias, el consumo vegetal y animal de agua, los manantiales, los humedales, los ríos, los lagos y finalmente, los océanos. En cierto modo, se pueden caracterizar las culturas humanas de acuerdo a la forma como conciben y tratan los diferentes componentes y fases del ciclo hídrico. 
 
 
 

La radiación solar es el motor de la vida

Desde otro punto de vista, los seres humanos somos una máquina entrópica, descomponedores especializados de carbohidratos y otras moléculas orgánicas producidas por la fotosíntesis. En tanto que tales, no somos muy diferentes de las moscas, los hongos y las bacterias. 

Consumimos hojas, semillas, frutos, raíces y tallos, o las carnes de los animales que los comen, y los oxidamos, apoderándonos de los nutrientes y devolviéndolos como residuos. 

Bebemos agua de “buena calidad”, con pocas sales disueltas y sin materia orgánica, y la regresamos al medio con muchas sales y bastante materia orgánica. 

En las últimas décadas esta relación armónica con los sistemas naturales se fue deteriorando. Uno de las causas ha sido el aumento del número de invididuos humanos. Somos 6,000 millones de personas que requieren agua y carbohidratos cada día. 

También necesitamos carbohidratos para alimentar a mil millones de vacunos, dos mil millones de ovejas, tres mil millones de cerdos y diez mil millones de gallinas, patos, gansos y guajolotes. Estos animales nos proveen con su carne, su leche, sus cueros, su lana y sus huevos. 

Y también necesitamos enormes cantidades de productos fotosintéticos para mantener vivos a los peces capturados o criados para consumo de las grandes ciudades. Estos ya superan las 100 millones de toneladas al año. 

Y por supuesto, se necesita además la energía para que subsistan todos las plantas y animales silvestres cuyo número es prácticamente imposible de estimar. 

Los ecosistemas que nos dan de comer, ya sean cultivados o no, requieren energía solar y agua. El agua les viene directa o indirectamente de la lluvia, que a su vez es originada por la energía solar. 

Por esa razón, la radiación solar es el motor de la vida. 
 
 
 

Degradación y reciclado

Al aumentar la población, se incrementan las necesidades. Pero la energía solar no aumenta. 

En otros tiempos geológicos, el agua de lluvia de buena calidad se degradaba de forma natural. En la actualidad, los seres humanos estamos acelerando el proceso. Le arrojamos muchas más sales y materia orgánica, y además, sustancias tóxicas que antes no existían en la naturaleza de esa forma. 

Antes que las “civilizaciones” alteraran los procesos, el agua era reciclada naturalmente por el sol. En el presente ello no alcanza, se generan demasiados líquidos residuales. Para eliminarlos se han establecido nuevas formas de tratamiento que requieren agregar energía, generalmente obtenida de los combustibles fósiles. Como la energía es cara se trata de minimizar el tratamiento. El resultado es que cada vez hay más aguas residuales que NO son recicladas ni natural ni artificialmente, y que se van acumulando en los cuerpos acuáticos, ríos, lagos y mares costeros. 

Con el correr del tiempo, a medida que vayan haciéndose más caros los combustibles fósiles (que en realidad no son más que radiación solar acumulada), y finalmente, cuando los últimos yacimientos terminen agotándose, será el tiempo de la verdad. 

En ese momento, quedaremos limitados exclusivamente al reciclado natural, que será ampliamente insuficiente. Diez mil millones de seres humanos en un mundo totalmente contaminado y sin los medios para descontaminarlo. 

A pesar de que este desenlace es obvio, los políticos hacen muy poco para evitarlo, y la mayor parte de los economistas siguen hablando neuróticamente de “crecimiento”. 
 
 
 

Nuestra Madre Agua 

Las mujeres y los hombres se formaron a orillas de los mares, de los ríos y lagos. En forma instintiva, siempre han buscado las playas y torrentes para bañarse o tenderse al sol. En todos los tiempos han utilizado las aguas para beber y alimentarse, para regocijarse y para llevar a cabo sus ofrendas y ceremonias. Estas necesidades no han cambiado. 

Desde tiempos inmemoriales, el agua, en todas sus formas, ha sido asociada a las fuerzas espirituales más profundas, originarias. En la mayor parte de las culturas tradicionales, es el símbolo de la purificación, del renacimiento, de la vida. 

Cuando las sociedades, llamadas modernas, convirtieron esta antigua esencia en un recurso, y luego lo transformaron en un producto, se produjo una gran pérdida a nivel de la conciencia. 

En la nueva ideología mercantilista, los viejos ríos y lagos, y el océano primigenio, pasaron a ser mercancías y recipientes de residuos, en vez de gestadores de vida. 

Como consecuencia del sobrebombeo y la deforestación, los manantiales se secan inexorablemente. 

El mundo de las aguas que lavan y purifican, se va transformando poco a poco en un mundo de aguas que ensucian y contaminan. 

A pesar que no queda mucho tiempo para cambiar el rumbo, todavía es posible. 

El primer paso es recuperar los antiguos sistemas espirituales que nos permitieron, por tanto tiempo, convivir en este mundo-útero de la Madre Agua. 

Individualmente deberemos repensar nuestras relaciones con todas las aguas que nos rodean. Ellas deben ser algo más que meros basureros de un consumo inapropiado. 

Colectivamente, estamos obligados a revisar los principios y estrategias de dilapidación y codicia. 

Las aglomeraciones urbanas del presente son engendros patológicos e insostenibles que deben cesar de crecer si se aspira a sobrevivir en el futuro. 

Si continuamos en ese camino sin salida, ni el planeta, ni sus aguas, nos podrán mantener por largo tiempo. La avaricia histórica de esta sociedad consumista y capitalista, nos está llevando a todos a un abismo del que no se regresa. 

Habrá que detener esta marcha enloquecida y mirar alrededor. Levantar la vista para observar las nubes, respirar el aire del mar con mucha fuerza y sentir las humedades y las nieblas, para encontrar las diversas formas que asume el agua-vida en cualquier parte. 

En el fondo se trata de recuperar las raíces más profundas de la especie. Ellas están aún sumergidas en las aguas azules y verdosas, en los innumerables destellos titilantes, en las gotas de lluvia que aún hoy nos siguen mojando, y de alguna manera, bendiciendo. Tal vez podamos, al fin, con ellas, saciar nuestra sed de ensoñaciones y esperanzas. 
 
 
 
 

 
 
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