Vivimos en un mundo de agua
Es el único planeta conocido que está cubierto de una
capa acuosa líquida. Océanos, ríos, lagos, humedales,
nubes, la mayor parte de sus rasgos superficiales están constituidos
por agua.
La vida misma, cuya presencia es intrínseca de La Tierra, se
forma, desarrolla y existe merced a la presencia de este líquido
imprescindible.
Desde el espacio o desde las profundidades de su envoltura gaseosa,
éste es un mundo de agua.
Sin embargo, a pesar de la abundancia global, los seres humanos estamos
teniendo problemas de escasez de agua, cada vez más frecuentes,
cada vez más intensos, cada vez más devastadores.
Las sociedades contemporáneas están sufriendo una nueva
sequía global, y ella no se debe ni a la falta de lluvias, ni al
menor caudal anual de los ríos, ni a la ausencia de acuíferos.
Por el contrario, los estudios climáticos muestran una tendencia
promedial al incremento de las lluvias. Los flujos fluviales se han vuelto
más irregulares pero no han disminuido. Y el balance total del agua
subterránea tampoco ha cambiado significativamente.
Muchos científicos piensan que el mundo se está haciendo
más húmedo, y que debido al efecto invernadero, están
aumentando la evaporación, la cobertura nubosa, y por ende, las
precipitaciones.
Paradójicamente, en ese marco de creciente pluviosidad, las sociedades
están teniendo problemas con el líquido vital: la sequía
en el mundo del agua. Si bien el agua existe, no está donde se la
necesita. Y cuando se la encuentra, su calidad degradada la hace inutilizable.
Las regiones semiáridas están cada vez más secas.
Todavía llegan las masas de aire de procedencia oceánica,
cargadas de humedad, pero la ausencia de cobertura vegetal ha reducido
la evapotranspiración, y por lo tanto, disminuyó la formación
de las nubes potencialmente productoras de lluvia durante los períodos
de sequedad.
Al calentarse los mares se acelera el motor climático generando
sistemas más numerosos e intensos, que intensifican los procesos
erosivos y las inundaciones catastróficas. Al mismo tiempo se desecan
los suelos y desaparece la húmeda película de vida que sirve
de apoyo a las plantas y animales.
Incesantemente se desarrollan nuevos eriales cada día. Los episodios
de sequía se extienden más y más en el tiempo. Los
agricultores y criadores de ganados, que desde tiempos antiguos produjeron
los alimentos que nutrieron a pueblos y ciudades, están pasando
a ser los habitantes empobrecidos de los nuevos desiertos, que sólo
originan polvo y migrantes hambrientos.
Mientras los antiguos paisajes húmedos se secan en las zonas
rurales, las grandes ciudades se dedican a vaciar o degradar los ríos,
los lagos y los acuíferos. Las aguas son desviadas, acumuladas,
desparejamente distribuidas y pesadamente contaminadas por los monstruos
urbanos que no cesan de crecer. Se ha generado una concentración
patológica de la demanda y por ende no hay suficientes recursos
para satisfacerla. Precisamente, son esas mismas zonas urbanas las que
más degradan el recurso. No sólo consumen mucha agua, sino
que además la devuelven a los sistemas naturales en malas condiciones.
Las sociedades contemporáneas están alienadas. Los humanos
ya no se sienten parte del ambiente. El agua, base de la vida, de los ecosistemas,
de los ciclos naturales terrestres, ha pasado a ser, tan sólo un
recurso. Y un recurso devaluado.
Al secar los lagos, ríos y acuíferos estamos secando nuestras
propias vidas. Al degradar el agua, estamos contaminando el futuro. La
sequía que estamos creando es voluntaria. El Mundo de Agua está
aún aquí, con nosotros. Si aprendemos a comprenderlo y respetarlo,
todavía podremos sumergirnos en él para vivir plenamente
en el futuro.
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