El
valor de los recursos naturales
Atribuir valor a los
recursos naturales es una tarea difícil. En primer lugar, porque
la medida que se utiliza generalmente para su ponderación
es de tipo monetaria y el dinero y la naturaleza se gobiernan por distintas
leyes. Como decía muy bien Soddy (1926), el dinero se rige por las
leyes de las matemáticas, mientras que la naturaleza se rige por
las leyes de la fisica. La matemática permite que las cantidades
se incrementen de acuerdo a la regla del interés compuesto, y otras
análogas, mientras que la física está regida por la
segunda ley de la termodinámica: la degradación entrópica.
Esta dicotomía fundamental explica la dificultad que existe para
la valoración monetaria de los bienes y elementos naturales.
El agua es el principal
recurso natural. De ella dependen todos los procesos biológicos,
e incluso el ADN, la molécula de la vida, está constituida
estructuralmente por varias capas polares de moléculas de agua.
El cuerpo de las personas
está formado en un 70 % de agua y de una manera u otra, todas las
actividades humanas requieren de la presencia del vital líquido.
La cantidad de agua
que existe en la Tierra se mantiene relativamente estable. Tanto las pérdidas
al espacio como la llegada de moléculas de agua (o de sus átomos
constituyentes: hidrógeno y oxígeno), son insignificantes.
El volumen de agua del planeta es enorme: 1,500 millones de quilómetros
cúbicos, o sea 1.5 x 1018 m3. Aún si se deja de lado el agua
salada y se considera solamente el agua “dulce” , el volumen total sería
cien billones (1013) de metros cúbicos. Si esta cantidad fuera distribuida
entre todos los habitantes del planeta, a cada uno le corresponderían
18,000 metros cúbicos, o sea, ¡18 millones de litros por persona!
A ello hay que agregar
los acuíferos de agua dulce, que son 30 veces más abundantes
que los anteriores. Si incluyéramos las aguas subterráneas
en la distribución antedicha, el total per cápita ascendería
a 600,000 m3 (600 millones de litros).
En términos
abstractos, este volumen parece ser más que suficiente para satisfacer
todas las necesidades humanas actuales y del futuro cercano.
En los hechos, las
cantidades disponibles son mucho menores. En primer lugar, porque la función
natural de las aguas no es su uso exclusivo por las sociedades humanas.
El agua es también sustento principal de todos los ecosistemas
existentes en el planeta. De la disponibilidad hídrica
depende pues la propia subsistencia de la biósfera, tal como la
conocemos.
Ello determina que
para utilizar el agua sin causar daños a la naturaleza, y por ende
indirectamente a las sociedades humanas, hay que tener en cuenta los ciclos
bío-hidrológicos. Por esa razón, el uso de agua
está limitado por las necesidades de las configuraciones específicas
de los ecosistemas locales, regionales y globales.
Además de esta
limitante principal, que con frecuencia de olvida, existen muchas otras
que se relacionan con la necesidad de mantener la productividad de los
sistemas hídricos para posibilitar su aprovechamiento futuro.
Desde el punto de vista
ambiental, el agua disponible es tan sólo la porción del
agua renovable que se puede extraer para uso humano sin perjudicar las
supervivencia de los biosistemas.
Por otra parte, hay
que considerar que gran parte del agua renovable y utilizable en forma
sostenible, no es fácilmente accesible. Ya sea por la profundidad
de las napas, o la distancia a las fuentes de agua superficiales su aprovechamiento
se encuentra considerablemente limitado.
En las zonas áridas
la disponibilidad de agua está restringida, y ello es natural, pues
estas áreas están definidas por la carencia de agua.
La paradoja contemporánea
es que incluso en las zonas húmedas hay escasez del vital líquido:
áreas rodeadas de agua, como la ciudad de Buenos Aires, o zonas
de altísima pluviosidad como Sao Paulo, en Brasil, están
teniendo serios problemas de abastecimiento de agua potable.
En los hechos, el problema
principal que los seres humanos están experimentando con el agua
es sobre todo de calidad y en mucho menor grado de cantidad. La degradación
entrópica causada por el consumo humano afecta intensamente la calidad
del agua, y en menor grado los volúmenes.
La cuestión
consiste en que el reciclado natural producido por la energía solar
(evaporación, fotosíntesis) no alcanza para purificar todas
las aguas residuales que se producen continuamente en todo el planeta.
Las sociedades contemporáneas
están convirtiendo el mundo de aguas naturales en un mundo de aguas
residuales.
Estamos asistiendo
a un enorme proceso entrópico acelerado que conduce, en el corto
plazo, a la disminución de las aguas de buena calidad, aptas para
diferentes usos, que son sustituidas por aguas de baja calidad, que requieren
insumos energéticos para ser utilizadas, y ello afecta, no sólo
el funcionamiento mismo de las sociedades, sino la supervivencia de los
ecosistemas naturales con la consecuente pérdida de calidad ambiental
de las zonas afectadas.
Debido a los crecientes
volúmenes de aguas residuales de origen humano, que para peor
están concentrados en áreas relativamente reducidas, los
procesos de reciclado natural resultan insuficientes para lograr su purificación.
Como la energía
solar que cae sobre la superficie de La Tierra es limitada y las zonas
cubiertas de vegetación se encuentran en franca disminución,
los fenómenos de depuración natural son insuficientes para
digerir los crecientes volúmenes de aguas contaminadas provenientes
de las ciudades, zonas industriales y campos agrícolas.
En cierta medida se
busca corregir esa situación a través de la instalación
de plantas o sistemas de tratamiento de diverso tipo. Los procesos de tratamiento
se realizan utilizando directa o indirectamente, voluminosas cantidades
de combustibles fósiles . Sabemos que los combustibles fósiles
son energía solar del pasado, acumulada en volúmenes finitos.
Cuando se acaben el petróleo, el gas y el carbón, nos volveremos
a quedar con la única fuente realista de energía renovable:
la radiación solar .
Esto nos conduce directa
y lógicamente al tema que nos ocupa: el del valor del agua. En general,
lo que da valor al agua es sobre todo su calidad. Las aguas de ciertas
calidades (por ejemplo tóxicas) pueden tener valor definible como
“negativo”, pues exigen grandes cantidades de energía para ser eliminadas
o tratadas para su ulterior utilización, mientras que otras aguas
que no requieren ningún tratamiento pueden tener gran valor. En
otras palabras, lo que le da valor al agua es sobre todo la “calidad en
cantidad”, y más precisamente, los volúmenes de una cierta
calidad.
Por esa razón,
hemos procurado desarrollar una metodología para analizar la disponibilidad
y aptitud de uso de las aguas, y al mismo tiempo, proporcionar un índice
rápido para la toma de decisiones en el campo de la gestión
hídrica.
Como la calidad del
agua no es un parámetro invariable, sino que, cambia constantemente
a lo largo del ciclo hídrico y como resultado del uso, se requiere
de un instrumento de análisis que pueda considerar estas variaciones
y tenerlas en cuenta en los cálculos de valor.
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