Impacto
ecosistémico de la irrigación
Las zonas áridas
y semiáridas suelen poseer suelos con elevados contenidos de nutrientes
particularmente fósforo, potasio y azufre, y alta insolación.
Por esa razón, son áreas que, si se resuelven sus problemas
de agua, poseen un gran potencial agrícola e importante productividad.
Por esa razón
muchas sociedades que habitaron las regiones en tiempos históricos
han intentado, en muchos casos con éxito, desarrollar sus actividades
agrícolas utilizando la irrigación. Para ello, ellas disponían
de acuíferos accesibles o de aportes fluviales, a lo que aplicaron
una tecnología apropiada consistente en sistemas de tomas, canales,
embalses, compuertas, bombas y redes de distribución en los campos
de cultivo. De esa forma se extendieron en tiempos antiguos los sistemas
de irrigación en Egipto, Mesopotamia, India y China.
En épocas más
recientes, particularmente luego de la revolución industrial, se
desarrollaron sistemas mecánicos motorizados complejos para la excavación
de los canales, la construcción de diques, la perforación
de pozos profundos, y el bombeo de las aguas subterráneas
o superficiales disponibles.
A medida que dichos
sistemas se hicieron accesibles, los proyectos de irrigación se
multiplicaron en muchos países del mundo, particularmente en la
India (durante el siglo XIX) y más tarde, en las zonas áridas
de América del Norte (sobre todo Estados Unidos y también
México) y en el Medio Oriente (p.ej. Arabia Saudita, los Emiratos
Arabes e Israel).
La facilidad de desarrollar
proyectos de irrigación, hizo que se difundieran en muchas zonas
húmedas y sub-húmedas. En estos casos, la irrigación
no es necesaria para desarrollar la agricultura, pero sí puede servir
para aumentar la productividad, incorporando cosechas adicionales, o prevenir
los episódicos períodos de sequía que pudieran ocurrir.
Así, se han
establecido sistemas de riego en zonas con lluvias relativamente abundantes,
como el Sur de Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay y el Sureste
de los Estados Unidos.
Las consecuencias ecológicas
de la irrigación varían de acuerdo a las condiciones climáticas
y ecológicas de los sitios irrigados.
Al cabo de un tiempo
de practicar el riego continuo, los suelos áridos pueden sufrir
intensos procesos de salinización corriendo el riesgo de quedar
inutilizados. En las zonas con drenaje pobre y napas poco profundas se
suelen producir procesos de anegamiento, que terminan anulando el potencial
edáfico de los suelos.
En las zonas húmedas
y sub-húmedas los riesgos son menores. De todas formas, cuando la
irrigación se lleva a cabo por mucho tiempo en zonas de difícil
drenaje sin acompañarla con obras de drenaje apropiadas, también
corren peligro de salinizarse y anegarse.
La irrigación
en las laderas, al aumentar la lubricación de los contactos de los
suelos, las formaciones superficiales y el sustrato, pueden dar lugar al
desencadenamiento de movimientos de masa: solifluxión, torrentes
de barro y deslizamiento, con consecuencias dañinas en la productividad,
y a veces catastróficos.
Resulta difícil
mantener actividades agrícolas irrigadas por mucho tiempo sin producir
deterioros ambientales de algún tipo.
Por esa razón,
las prácticas de riego deben minimizarse en las zonas en donde hay
suficiente lluvia para desarrollar agricultura de secano.
En las zonas áridas,
el riego puede ser indispensable. Sin embargo, es también conveniente
limitarlo a aquellos cultivos de mucho valor agregado que justifiquen el
gasto de agua en zonas en donde el vital líquido escasea.
No es razonable producir
grandes cantidades de trigo (planta que consume mucho agua) en los desiertos
de Arabia, utilizando agua subterránea fósil que podría
ser conservada para evitar futuras crisis hídricas. Existen
situaciones similares en otros países del Norte de Africa (p.ej.
Libia) y en México, en donde excesivas cantidades de agua son administradas
a proyectos agrícolas de bajo rendimiento económico en áreas
con marcado déficit hídrico.
A lo anterior se agrega
el gasto en energía que se requiere para instalar y operar estas
empresas agrícolas. En casi todos los casos el producto agrícola
obtenido contiene cientos de veces menos calorías que las utilizadas
para producirlo.
La insostenibilidad
a largo plazo de este modelo es evidente. En la medida que los precios
de los combustibles fósiles (sobre todo el petróleo) se mantengan
relativamente bajos, podrá funcionar, pero cuando aumenten los precios
del petróleo o comiencen a mermar las reservas, deberá replantearse
la conveniencia de continuar desarrollando cultivos irrigados en vastas
áreas como opciones económicas productivas de base.
De esto se desprende
la necesidad de evaluar cuidadosamente los proyectos de irrigación,
tanto los actuales, como los futuros.
En muchas zonas del
mundo y para la obtención de algunos productos agrícolas
específicos, el riego continuará siendo la mejor opción,
pero en muchos otros casos, deberá reconsiderarse la posibilidad
de volver a los menos productivos, pero más sostenibles cultivos
de secano.
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