Capítulo 10
La agricultura de riego
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Impacto ecosistémico de la irrigación

Las zonas áridas y semiáridas suelen poseer suelos con elevados contenidos de nutrientes particularmente fósforo, potasio y azufre, y alta insolación. Por esa razón, son áreas que, si se resuelven sus problemas de agua, poseen un gran potencial agrícola e importante productividad.

Por esa razón muchas sociedades que habitaron las regiones en tiempos históricos han intentado, en muchos casos con éxito, desarrollar sus actividades agrícolas utilizando la irrigación. Para ello, ellas disponían de acuíferos accesibles o de aportes fluviales, a lo que aplicaron una tecnología apropiada consistente en sistemas de tomas, canales, embalses, compuertas, bombas y redes de distribución en los campos de cultivo. De esa forma se extendieron en tiempos antiguos los sistemas de irrigación en Egipto, Mesopotamia, India y China. 

En épocas más recientes, particularmente luego de la revolución industrial, se desarrollaron sistemas mecánicos motorizados complejos para la excavación de los canales, la construcción de diques, la perforación de pozos profundos,  y el bombeo de las aguas subterráneas o superficiales disponibles.

A medida que dichos sistemas se hicieron accesibles, los proyectos de irrigación se multiplicaron en muchos países del mundo, particularmente en la India (durante el siglo XIX) y más tarde, en las zonas áridas de América del Norte (sobre todo Estados Unidos y también México) y en el Medio Oriente (p.ej. Arabia Saudita, los Emiratos Arabes e Israel).

La facilidad de desarrollar proyectos de irrigación, hizo que se difundieran en muchas zonas húmedas y sub-húmedas. En estos casos, la irrigación no es necesaria para desarrollar la agricultura, pero sí puede servir para aumentar la productividad, incorporando cosechas adicionales, o prevenir los episódicos períodos de sequía que pudieran ocurrir.

Así, se han establecido sistemas de riego en zonas con lluvias relativamente abundantes, como el  Sur de Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay y el Sureste de los Estados Unidos.

Las consecuencias ecológicas de la irrigación varían de acuerdo a las condiciones climáticas y ecológicas de los sitios irrigados.

Al cabo de un tiempo de practicar el riego continuo, los suelos áridos pueden sufrir intensos procesos de salinización corriendo el riesgo de quedar inutilizados. En las zonas con drenaje pobre y napas poco profundas se suelen producir procesos de anegamiento, que terminan anulando el potencial edáfico de los suelos.

En las zonas húmedas y sub-húmedas los riesgos son menores. De todas formas, cuando la irrigación se lleva a cabo por mucho tiempo en zonas de difícil drenaje sin acompañarla con obras de drenaje apropiadas, también corren peligro de salinizarse y anegarse.

La irrigación en las laderas, al aumentar la lubricación de los contactos de los suelos, las formaciones superficiales y el sustrato, pueden dar lugar al desencadenamiento de movimientos de masa: solifluxión, torrentes de barro y deslizamiento, con consecuencias dañinas en la productividad, y a veces catastróficos.

Resulta difícil mantener actividades agrícolas irrigadas por mucho tiempo sin producir deterioros ambientales de algún tipo.  

Por esa razón, las prácticas de riego deben minimizarse en las zonas en donde hay suficiente lluvia para desarrollar agricultura de secano.

En las zonas áridas, el riego puede ser indispensable. Sin embargo, es también conveniente limitarlo a aquellos cultivos de mucho valor agregado que justifiquen el gasto de agua en zonas en donde el vital líquido escasea.

No es razonable producir grandes cantidades de trigo (planta que consume mucho agua) en los desiertos de Arabia, utilizando agua subterránea fósil que podría ser conservada para evitar futuras crisis hídricas.  Existen situaciones similares en otros países del Norte de Africa (p.ej. Libia) y en México, en donde excesivas cantidades de agua son administradas a proyectos agrícolas de bajo rendimiento económico en áreas con marcado déficit hídrico.

A lo anterior se agrega el gasto en energía que se requiere para instalar y operar estas empresas agrícolas.  En casi todos los casos el producto agrícola obtenido contiene cientos de veces menos calorías que las utilizadas para producirlo.

La insostenibilidad a largo plazo de este modelo es evidente.  En la medida que los precios de los combustibles fósiles (sobre todo el petróleo) se mantengan relativamente bajos, podrá funcionar, pero cuando aumenten los precios del petróleo o comiencen a mermar las reservas, deberá replantearse la conveniencia de continuar desarrollando cultivos irrigados en vastas áreas como opciones económicas productivas de base. 

De esto se desprende la necesidad de evaluar cuidadosamente los proyectos de irrigación, tanto los actuales, como los futuros.

En muchas zonas del mundo y para la obtención de algunos productos agrícolas específicos, el riego continuará siendo la mejor opción, pero en muchos otros casos, deberá reconsiderarse la posibilidad de volver a los menos productivos, pero más sostenibles cultivos de secano.
 
 

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