Valoración
de los recursos hídricos
La valoración
apropiada de los recursos hídricos es un elemento necesario para
su gestión sostenible.
En la visión
económica ortodoxa el agua es un recurso natural más, cuya
disponibilidad es ilimitada y su vulnerabilidad despreciable.
Cuando este recurso
escasea, se le aplican las leyes económicas habituales, su precio
aumenta, y este incremento permite la disminución y por ende la
regulación del consumo.
Del mismo modo cuando
la calidad se deteriora disminuye el valor del agua, aumentando en forma
relativa el precio del agua no contaminada. Esta diferencia de precio proporciona
alicientes para que la iniciativa privada lleve a la práctica empresas
de tratamiento para aprovechar el beneficio económico que puede
obtenerse.
En los hechos, las
cosas funcionan de forma diferente. En primer lugar, porque no siempre
es posible disminuir el consumo de agua aumentando el precio, el consumo
de agua constituye una necesidad fisiológica humana y su ausencia
puede traer consecuencias indirectas de extrema gravedad para toda la sociedad
(por ejemplo, enfermedades o epidemias) cuyos efectos económicos
y sobre la calidad de vida son impredecibles.
En segundo lugar, los
procesos de tratamiento son muy onerosos y su eficacia relativa. Es muy
caro y difícil, cuando no imposible, revertir las situaciones de
contaminación hídrica. Como en muchos aspectos de la vida
es muchísimo más barato prevenir el deterioro que corregirlo.
Y finalmente, la función
del agua excede en mucho, su rol económico directo. Considerar el
agua una mercancía más puede llevar a una subestimación
muy grave de su importancia ecológica y social.
Por esa razón,
cuando se procura evaluar un bien natural tan esencial como lo es el agua,
se debe tener en cuenta sobre todo su función ambiental crítica.
El agua es un componente esencial de los sistemas naturales terrestres,
y es en tanto que tal, que debe ser considerado.
Desde ese punto de
vista, el ciclo del agua debe ser enfocado como un elemento más
del flujo entrópico que determina la existencia y dinámica
del planeta.
Para ello hay que determinar
los flujos de energía que dan lugar a los diversos procesos que
tienen influencia, o son influenciados, por la dinámica hidrológica.
Es precisamente
la energía contenida en el agua, o en sus componentes disueltos
o suspendidos, que determina la calidad entrópica de la misma.
Los niveles entrópicos
puede ser definidos a través de análisis físico-químicos
y biológicos, y el costo del reciclado, en términos de la
energía necesaria para devolver al agua la calidad requerida para
un uso de referencia y expresarse a través de un índice de
valor entrópico, corregido a través de un coeficiente tecnológico
que permita obtener una cifra adaptada a la realidad económica y
a las necesidades y posibilidades sociales.
Al obtenerse un índice
de valor entrópico corregido, es posible valorizar las aguas
en una escala de costos energéticos, y a partir de éstos,
traducirlas a términos monetarios.
En definitiva, el valor
de las aguas está determinado por la cantidad almacenada/ circulante
en un período de tiempo multiplicada por un índice de valorización.
En forma preliminar,
se considera que las aguas de mayor valor (nivel entrópico: 9-10)
son las aguas de precipitaciones, que escurren y/o infiltran o se evaporan.
El agua escurrida pierde
valor muy rápidamente, aunque lo recupera parcialmente en los humedales
(lagunas, pantanos y embalses), debido a la acción purificadora
de los vegetales acuáticos y organismos descomponedores.
El agua infiltrada
pierde parte de su energía potencial, pero al filtrarse, puede ganar
en calidad (al disminuir los tenores de materia orgánica y otros
componentes disueltos o en suspensión), o degradarse entrópicamente
si aumenta su contenido en sales.
El agua evaporada experimenta
un proceso de destilado solar que puede nutrir lluvias en otras partes,
pero a los efectos del balance hídrico de cada cuenca, deben considerarse
“agua perdida”.
Las aguas consumidas
por el riego pierden calidad, y por lo tanto valor, debido a los procesos
de salinización y contaminación por agroquímicos.
Las aguas de uso urbano
e industrial sufren una intensa degradación que disminuye su calidad
considerablemente. Su reciclado suele ser muy costoso y frecuentemente
impracticable.
En resumen, podemos
afirmar que el valor del agua se mide tanto en la calidad como en la cantidad,
o mejor dicho, en la cantidad de agua de una cierta calidad.
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